La participación de las mujeres en la vida laboral es de un 45,3% en Chile, correspondiente al sexto país con menor participación de la OCDE con un promedio de 55%, donde el mayor nivel lo representan los Países Bajos con un 80% (según INE, la última encuesta nacional de empleo 2015).

Así mismo, muchas de estas mujeres son, además, jefas de hogar. Por tanto, hoy las mujeres piensan dos veces antes de decidir ser madres, lo que se refleja en la abrumadora baja en la tasa de natalidad en Chile llegando en el 2011 a un 1.8% versus un 2.66% en 1990 (Informe INE Evolución de la fecundidad en Chile 1990- 2011).

Según el INE, el 37% de las mujeres laboralmente inactivas señala razones familiares permanentes. Esto es básicamente no tener dónde dejar a los hijos. El 60% de las mujeres afirma que tener hijos es un obstáculo para la vida profesional, ya que la maternidad limita sus oportunidades de promoción en el empleo, mientras que para un 18% de ellas no solo las limita sino que decide dejar definitivamente de trabajar, para dedicarse exclusivamente a la maternidad y/o tareas del hogar.

Otro aspecto importante a destacar es que el retraso de la maternidad está condicionado por la carrera profesional, por tanto, el nivel educativo de las mujeres. La edad promedio en que las mujeres con estudios superiores que han tenido su primer hijo es de 33,5 años. Sin embargo, las que tienen estudios secundarios, la maternidad es cercana a los 28 años.

La maternidad entonces es valorada en un contexto social tradicional en cuanto al rol de género establecido, pero esta valoración no se refleja en el mundo laboral, sino más bien es el gran techo que tienen las mujeres en cuanto a su promoción y contratación. Esto es porque justamente el periodo de edad fértil coincide con la edad de mayor productividad laboral de las mujeres, lo que se traduce en un mayor retraso de la maternidad y, en definitiva, menos hijos.

Protección de la maternidad

La protección de la maternidad de las mujeres en el trabajo ha sido declarada y analizada en la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

En los últimos años han aumentando las medidas que garantizan la igualdad entre hombres y mujeres y que protegen cada vez más el derecho a la maternidad: horarios de entrada y salida más racionales y flexibles; permisos de maternidad remunerados y días de permiso por paternidad; horas para la lactancia; apertura de guarderías próximas o en los mismos centros de trabajo; además de las ayudas económicas del Estado por tener hijos.

Pero lamentablemente estas medidas no han conseguido resolver el problema fundamental que experimentan la mayoría de las trabajadoras en algún momento de sus vidas profesionales: la desigualdad de trato en el empleo a causa de su función procreadora, porque justamente todos los costos han sido para las madres sin correlato para el padre.

Este nuevo equilibrio que se debe construir entonces es la corresponsabilidad que aparece como la manera de abordar los derechos y obligaciones familiares, compartiéndolos. Hablar de corresponsabilidad implica reconocer que en el hogar es necesario el aporte de todos sus miembros. Hombre y mujer son necesarios en el desarrollo del Estado, de la empresa y de las familias, y cada uno debe tener los medios para aportar su propia capacidad en el mundo.

Hoy las personas buscan también espacios que les permitan desarrollar sus inquietudes, que no sólo se refieren a la vida laboral o familiar. Cada persona debe contar con los espacios necesarios para realizar actividades que le permitan descansar, recrearse, aprender, etc. de acuerdo a sus propias preferencias. Por tanto, las instituciones y estructuras tradicionales del trabajo requieren de cuestionamiento, evolución y adaptación de sus formas, prácticas y valores para responder con equilibrio a los desafíos que implica el nuevo contexto social. Para ello es necesario incorporar prácticas, políticas, servicios, estilos de liderazgo que permitan a hombres y mujeres conciliar trabajo, familia y vida personal. El enfoque de género y la corresponsabilidad son elementos que permiten evaluar la realidad e intervenir para generar ambientes en conciliación y corresponsabilidad.

Avanzar hacia sistemas que permitan conciliar la vida personal, familiar y laboral requiere un cambio cultural de la sociedad en su conjunto y en todos sus niveles. Sin embargo, la modificación de la cultura es un proceso lento. La construcción social de los roles de género están internalizados, y se requiere no sólo tomar conciencia, sino también experimentar que es posible una nueva cultura que comprometa y valore a hombres y mujeres para el desarrollo de la sociedad.

Lo mismo sucede en el ámbito laboral. Es necesaria una transformación cultural integral que implique a cada uno de los actores sociales, que sea a largo plazo, que contemple un plan, que incluya metas y desafíos realistas y medibles que permitan el monitoreo y la superación. Entre los cambios culturales necesarios se requiere que el hombre asuma un rol decididamente activo respecto de las tareas domésticas, pues a pesar de la mayor participación de las mujeres en el trabajo remunerado, siguen dedicando muchas más horas que los hombres a las labores dentro del hogar. La mayor integración de las mujeres al trabajo remunerado no es solo un medio económico, también lo es de desarrollo social, autoestima y espacios propios.

Soledad Candia
CEO Lideramujer

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